En El Tigre, un pueblo donde el calor derrite hasta los chismes, la rutina era siempre la misma: cafecito en la bodega de Toño, dominó en la plaza, y quejas sobre el precio del queso. Pero un martes cualquiera, apareció un hombre que no era de por ahí. Alto, blanco como papel, con botas que parecían sacadas de una película de vaqueros. Nadie lo conocía, pero todos lo miraban.
—¿Y ese quién es? —preguntó Toño, mientras servía café.
—Dicen que es gringo. Que viene de Estados Unidos. Que está buscando a Maduro —susurró Chicho, el mototaxista que sabía todo antes que los demás.
El rumor corrió más rápido que el viento. Que si era del FBI, que si traía recompensa, que si tenía un mapa secreto. Algunos decían que venía con drones, otros que tenía un perro entrenado para olfatear políticos.
El gringo, que en realidad se llamaba Jack, solo pedía direcciones y anotaba cosas en una libreta. No hablaba mucho, pero escuchaba todo. Se sentaba en la plaza, comía empanadas de cazón y preguntaba por caminos que nadie usaba desde los tiempos de Chávez.
Una noche, mientras la brisa movía las matas de mango, Jack se acercó a Don Ramón, el viejo que había sido militar y ahora vendía helados.
—¿Usted cree que lo voy a encontrar? —preguntó Jack, en un español torcido.
Don Ramón lo miró con calma.
—Aquí no se trata de encontrarlo, gringo. Se trata de entender por qué tantos lo siguen y tantos lo quieren lejos. Si usted no entiende eso, ni con satélite lo va a ver.
Jack se quedó callado. Al día siguiente, se fue sin despedirse. Solo dejó una nota en la bodega:
> “No encontré lo que buscaba, pero entendí lo que no sabía.”
Desde entonces, en El Tigre, cada vez que alguien nuevo llega al pueblo, Toño pregunta en voz baja:
—¿Será otro gringo buscando justicia?
Y todos se ríen, porque en Venezuela, la justicia no siempre llega en avión. A veces, llega en cuentos como este.
**Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.**
**Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.**
