Turno

La luz blanca del techo era un poco agresiva, rebotando en el plástico gris de las sillas. Un olor tenue a desinfectante y a café quemado flotaba en el aire. Esteban, el de la sudadera gris que estaba sentado justo delante, no dejaba de moverse. Se tocaba la nuca calva, se cruzaba de brazos, se volvía a tocar la nuca. Parecía estar haciendo una cuenta mental de las baldosas. Llevaba más de media hora esperando por un trámite que, según la web, duraría cinco minutos.  A su derecha, una señora mayor con el pelo blanco, envuelta en un chal, leía un folleto con una lupa. A su izquierda, justo donde terminaba la fila, un hombre con una camisa formal miraba un monitor que anunciaba números en verde y azul, como un semáforo de la esperanza burocrática. El número de Esteban no aparecía. "Dos... uno... tres," musitó el hombre de la camisa, como si estuviera echando las cartas. "Falta el cinco, Esteban. Ya casi." Esteban suspiró, el sonido quedó ahogado por el silencio casi religioso de la sala. Recordó por qué había venido: la dichosa actualización del carné de afiliado. La misma foto desde hacía diez años, cuando tenía pelo y menos preocupaciones. Ahora su reflejo en el brillo de la silla gris le devolvía un hombre cansado. De repente, una voz robótica y cortante rompió la calma: "Turno C-53, ventanilla 2." El hombre de la camisa asintió hacia Esteban. "Ese es el tuyo. El de la suerte. Ve con calma." Esteban se levantó, sintiendo el crujido de su rodilla. Dio un paso. El corazón le latió un poco más rápido. Después de media vida de trámites, el momento de la verdad siempre daba un pequeño subidón de adrenalina. Al fin, el final de la espera, o el principio de la siguiente.

**Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.**